viernes, 19 de febrero de 2010

El Manifiesto Comunista, la lucha de clases y el mito de la propiedad privada

Apuntes para debatir el socialismo, y de quitar y nombrar ministros en la Revolución Bolivariana


Alejandro Ruiz

INTRODUCCIÓN
El Manifiesto del Partido Comunista fue escrito por Carlos Marx y Federico Engels en forma de folleto para la agitación política entre los obreros, y publicado por primera vez en febrero de 1848.

El Manifiesto nació como un programa teórico y práctico de la Liga de los Comunistas, una organización para la lucha de los obreros a escala internacional.

Los propios autores advierten que El Manifiesto no es una receta: “…la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes…”.

Además, debemos considerar que es una obra escrita hace 162 años y que, como dicen Marx y Engels en el prefacio a la edición alemana de 1872, muchas circunstancias han cambiado “…por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria (…), con los consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución…” vivida en diversas partes del mundo y en diferentes épocas.

Sin embargo, en el marco de estas advertencias y recomendaciones para comprender su lectura y “aplicación práctica” -y precisamente por ellas-, en lo esencial, El Manifiesto continúa siendo una obra política de enorme valor y vigencia para la interpretación y transformación de la sociedad actual del capitalismo neoliberal en crisis.

El Manifiesto es una obra universal que sigue generando controversias y luces para la emancipación del proletariado moderno y de todas las clases y grupos sociales oprimidos.

El Manifiesto comienza con la frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Y termina con una consigna que se hizo esperanza de millones de seres humanos: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

1.- LA LUCHA DE CLASES MOTOR DE LA HISTORIA
El Manifiesto, en su primer capítulo, hace un recuento de la historia de la humanidad hasta el surgimiento del capitalismo, revelándola como una historia de la lucha de clases entre explotadores y explotados.

A excepción de la comunidad primitiva -sin clases sociales ni propiedad privada-, que era como vivían las antiguas tribus y nuestros aborígenes; toda la historia humana ha sido de lucha y confrontación entre opresores y oprimidos.

A pesar de esta realidad, cada modo de producción, cada régimen de propiedad, se ha considerado a sí mismo como el justo y necesario para el bien de la sociedad, y esa materialización económica de la opresión ha sido sustentada en la correspondiente ideología de la clase dominante, que se expresa en la legalidad, la moral, la ética, la religiosidad, la educación y la cultura preponderante en cada período histórico.

Primero surgió la sociedad esclavista, con el señor libre como opresor y el esclavo como oprimido.

En la antigua Grecia, conocida como la ‘cuna de la democracia’, 400 mil esclavos trabajaban para producir lo que disfrutaban 90 mil ‘ciudadanos libres’, quienes eran los únicos beneficiarios de esa ‘democracia’ de pocos.

De la sociedad esclavista emergió la sociedad feudal, con el señor feudal y los patricios como opresores y los siervos de la gleba y plebeyos como oprimidos.

Luego, con la Revolución Francesa, se inició el derrumbe de la sociedad feudal y brotó la moderna sociedad burguesa, la sociedad capitalista, con los burgueses, los capitalistas, como opresores y los proletarios, los obreros y demás trabajadores, como oprimidos.

Con el surgimiento del capitalismo, “la gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra” y la burguesía “…iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media”, explican Marx y Engels (Esta cita textual y todas las siguientes corresponden a El Manifiesto del Partido Comunista, salvo una indicación de otra obra).

La sociedad burguesa, a pesar de su modernidad, “…no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas”. Es decir, la confrontación entre explotadores y explotados se mantiene, con nuevas formas.

En América y en los demás países llamados subdesarrollados la situación resultó más compleja que en la ‘civilizada’ Europa, debido a un sistema impuesto que combinaba históricos modos de producción; desde el comunismo primitivo de nuestros aborígenes arrasados por la conquista, pasando por el decadente esclavismo coexistiendo con el feudalismo y posteriormente éste con formas del naciente capitalismo de las metrópolis imperiales, durante casi cuatro siglos.

No fue sino hasta 1854 que en Venezuela se abolió formalmente la esclavitud, esa anticuada forma de opresión del ser humano como propiedad permanente de otro. Luego a finales del siglo XIX y principios del siglo XX se vino instaurando el modo de producción capitalista con el primer chorro de petróleo, la explotación intensiva de minerales y otras materias primas, como la producción agrícola; pero surgía como un capitalismo dependiente y subdesarrollado, combinado con formas de propiedad y relaciones latifundistas del decaído feudalismo, que aún perviven en muchos países del Sur.

Por estas condiciones, la emancipación de los oprimidos en los países dependientes y subdesarrollados adquiere un doble carácter: lucha de clases interna y lucha de liberación nacional.

A pesar de todas las particularidades de cada siglo y región del mundo, El Manifiesto nos orienta a comprender que la esencia de la historia humana, en toda época y en todo lugar, después que sucumbió la comunidad primitiva, ha sido la explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases.

La historia también demuestra que siempre los oprimidos y explotados han luchado para librarse del dominio de los opresores, de los explotadores. Es una lucha irreconciliable -a veces abierta, a veces velada- de clases sociales antagónicas.

En condiciones determinantes, es “…una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”.

¿Quién no ha escuchado hablar de Espartaco? Es amplia la literatura universal y las películas que narran la hazaña del esclavo que dirigió la más épica rebelión de esclavos en Europa, que hizo tambalear el antiguo Imperio Romano en la propia Italia hace un poco más de dos mil años. Pero no era sólo Espartaco, era una clase oprimida en combate a muerte contra sus opresores.
Al final de esta guerra social antiesclavista y antiimperial, que transcurrió durante dos años, había perecido un total de 100 mil esclavos, entre muertos en batallas (la mayoría) y crucificados o exterminados al caer prisioneros; situación que debilitó profundamente todos los aspectos de la producción y la vida en la Italia imperial.

En otro momento histórico determinante ocurrió la Revolución Francesa de 1789, que con su consigna liberal de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” promovió la guerra social que elevó a la clase de los burgueses al Poder, al tiempo que comenzó la debacle de la hegemonía de la nobleza absolutista y sus monarquías.

Luego se sucedieron en el mundo episodios heroicos de combates y victorias del proletariado y el campesinado pobre contra la burguesía y los terratenientes, que pretendieron acabar la explotación de manera definitiva y no sólo cambiar sus formas. Tal es el caso de la Comuna de París de 1871, que resistió dos meses; y la Revolución Socialista Rusa de 1917, que escribió 70 años de una nueva historia. Más recientemente, y aún en proceso de construcción, la Revolución China de 1949 y la Revolución Cubana de 1959.

En Venezuela la lucha de clases también ha estado presente. Así ha sido desde las batallas de resistencia al conquistador europeo comandadas por el cacique Guaicaipuro y sus hermanos indígenas; las rebeldías del Negro Miguel y su Cumbe, y de José Leonardo Chirinos contra la esclavitud; la guerra de la independencia encabezada por Simón Bolívar contra el régimen colonizador esclavista-feudal; la llamada guerra federal, una cruenta guerra social por lograr “tierra y hombres libres, elección popular, horror a la oligarquía” terrateniente y mercantilista, bajo el liderazgo de un pequeño comerciante transformado en General de los Pobres: Ezequiel Zamora.

En el siglo XX venezolano la lucha de clases continuó latente y con hitos importantes de confrontación, como la lucha de los obreros petroleros contra las transnacionales, rebeliones de campesinos aquí y allá; dictaduras militares, insurgencia armada, desaparecidos, muertos, huelgas, manifestaciones. Y más recientemente, rebeliones de los proletarios desempleados y subempleados contra el capitalismo neoliberal y sus representantes, como sucedió el 27 de febrero de 1989, con el llamado “Caracazo”; también la rebelión militar patriótica del 4 de febrero de 1992 es producto de esa sociedad dividida en clases sociales antagónicas.


La historia mundial y de cada país nos muestra una incesante lucha -soterrada o abierta- de todos los días del oprimido contra el opresor y viceversa, aunque muchas veces no se refleje en las páginas de la prensa ni en los libros de historia.

Entonces, de qué paz se habla cuando se acusa a los comunistas, y a los revolucionarios en general, de querer acabar con la paz de la sociedad, de querer dividir a la sociedad, de enfrentar unos a otros, de ‘incitar a la lucha de clases, cuando antes no era así’.

La burguesía mundial y la dirigencia adinerada de la oposición venezolana -herederos de esa oligarquía esclavista, feudal y luego capitalista-, que se siente desplazada del poder político y lucha encarnizadamente por no ser desplazada del poder económico, hoy acusan al Presidente Hugo Chávez de haber dividido a la sociedad venezolana, de incitar a la confrontación: ‘algo jamás visto en este país’, dicen. Alegan que ‘la culpa es de Chávez por querer imponer esas ideas comunistas en este país de paz, de hermanos’.

¡No, señores burgueses y proburgueses! La culpa no es de Chávez -tampoco es de la vaca, como reza un inútil libro de autoayuda- ni de las ideas malévolas de los comunistas. La culpa es de la explotación del hombre por el hombre y su inseparable lucha de clases. En fin, la culpa de la división de la sociedad, de la confrontación entre los seres humanos, es la opresión de unos pocos que se apropian del producto del trabajo de muchos.

Sólo eliminando esa relación perversa de propiedad y explotación capitalista desaparecerá la lucha de clases antagónicas. Sólo con la Revolución Socialista otro mundo es posible.

2.- LOS MITOS DE LA PROPIEDAD PRIVADA
Ese cuento de la eliminación de todo tipo de propiedad privada no es nuevo, ni exclusivo de la oposición venezolana. Ya en 1848, y antes, la burguesía europea acusaba a la naciente organización de los comunistas de pretender eliminar la sagrada propiedad privada ‘que ha existido siempre como un derecho natural del ser humano’, decían y dicen hoy los defensores de la explotación del hombre por el hombre.

No es nuevo ese cuento de: ‘a quien tenga dos carros le quitarán uno, el que tenga dos casas le quitarán una’. Ni que hablar de que ‘el Estado Comunista le quitará los hijos a las familias’, y toda esa fantasía manipuladora de la patria potestad.

El Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Marx y Engels, aborda este tema de la propiedad privada de una manera muy clara.

Primero, no es cierto que la propiedad privada haya existido siempre. En la comunidad primitiva, en las comunidades aborígenes no se conocía la propiedad privada. Así que ésta no surge desde siempre con el ser humano, como un derecho natural. La propiedad privada surge con la dominación y explotación de unos hombres por otros.

La primera propiedad privada fueron la tierra y el hombre esclavo, que se estableció con el surgimiento de la sociedad esclavista, la primera sociedad divida en clases opuestas irreconciliables.

Para ilustrar mejor esta verdad histórica es necesario citar acá algunos párrafos -algo extensos- del libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, escrito por Federico Engels, publicado originalmente en 1884. Por su relevancia para el debate es ésta la única cita textual que hacemos de una obra distinta a El Manifiesto de Partido Comunista, que es nuestra referencia en la totalidad del presente trabajo. Veamos lo que escribe Engels:

En las antiguas tribus europeas y en las tribus indígenas de América, en su época de sociedad primitiva, “la economía doméstica es comunista, común para varias y a menudo para muchas familias. Lo que se hace y se utiliza en común es de propiedad común: la casa, los huertos, las canoas. Aquí, y sólo aquí, es donde existe realmente ‘la propiedad fruto del trabajo personal’, que los jurisconsultos y los economistas atribuyen a la sociedad civilizada y que es el último subterfugio jurídico en el cual se apoya hoy la propiedad capitalista”.

“A consecuencia del desarrollo de todos los ramos de la producción -ganadería, agricultura, oficios manuales domésticos-, la fuerza de trabajo del hombre iba haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para su sostenimiento. También aumentó la suma de trabajo que correspondía diariamente a cada miembro de la gens, de la comunidad doméstica o de la familia aislada. Era ya conveniente conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran división social del trabajo, al aumentar la productividad del trabajo, y por consiguiente la riqueza, y al extender el campo de la actividad productora, tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud. De la primera gran división social del trabajo nació la primera gran escisión de la sociedad en dos clases: señores y esclavos, explotadores y explotados”.

Cuando “el suelo cultivable se distribuyó entre las familias particulares”, y dejó de ser propiedad de toda la comunidad, surgió la propiedad privada. “La familia individual empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad”, propietaria entonces de la tierra, de los medios artesanales existentes y… de los esclavos.

Hasta aquí los párrafos extraídos del libro de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

Segundo, la propiedad privada no es sagrada ni un derecho de todos. Están demostrados los sucesivos cambios históricos en el régimen de propiedad. Cada sistema económico-social imperante ha aplicado la abolición del anterior régimen vigente de propiedad privada. Por lo tanto, no ha sido inmutable ni sagrada. La propiedad privada no ha existido siempre de la misma forma.

El feudalismo abolió la propiedad esclavista y surgió la propiedad feudal. Luego, el capitalismo “…abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa”.

Así que, “la abolición del régimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del comunismo”. En su momento histórico, el feudalismo abolió la propiedad esclavista y el capitalismo abolió la propiedad feudal.

Pero además, es el propio capitalismo el que priva de propiedad a millones de seres humanos para concentrarla en pocas manos.

Es el propio capitalismo el que ha destruido la propiedad privada del pequeño comerciante, del pequeño empresario, del artesano, que sucumbe ante el desarrollo y el poder de los monopolios y oligopolios que concentran el capital. El pez grande se come al pequeño, dice el refrán.

Y es el propio capitalismo el que priva de la más elemental propiedad y hasta de vida digna a miles de millones de hombres, mujeres y niños sin vivienda, salud, educación y alimentación adecuada.

Entonces, ¿qué pretenden los comunistas?

Los comunistas se diferencian de los otros partidos revolucionarios porque promueven la abolición de la propiedad privada. Pero no de cualquier propiedad privada.

“Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía” producto de “…la explotación de unos hombres por otros”.

La realidad histórica ha demostrado que mientras exista la propiedad privada de los medios de producción, la propiedad burguesa, existirán explotadores (dueños de la propiedad) y explotados (sin propiedad).

Los falsificadores de El Manifiesto y de los objetivos de la Revolución Socialista ocultan que lo que se pretende es la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, no de la propiedad personal.

La burguesía aterroriza y manipula al resto de la sociedad diciendo que el socialismo eliminará todas las formas de propiedad: ‘los comunistas te quitarán lo tuyo, lo que has logrado con tu trabajo de toda la vida’, esa es la campaña. De esa manera la burguesía y sus medios logran que sectores de los propios explotados, que no poseen medios de producción, defiendan la propiedad de los capitalistas, al presentarla como si fuese lo mismo que la propiedad personal del trabajador y confundirla con esta.

El Manifiesto lo plantea en los siguientes términos: “El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social”.

He allí un frente de batalla ideológico vital para ganar la conciencia y el apoyo de las mayorías populares en la construcción del socialismo, un frente que la burguesía ha sabido aprovechar muy bien al igualar la propiedad privada capitalista con la propiedad personal y vender la idea de la abolición de la propiedad en general.

El Manifiesto expone y confronta el interesado axioma que difunden los capitalistas y sus medios: “Y así como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general”.

Para la burguesía la única propiedad posible es la de ellos. La única cultura que existe es la de la burguesía, los únicos derechos y la única libertad es la que disfrutan los capitalistas para explotar al resto de la sociedad. Tal es la lógica burguesa.

“Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano…”, responden Marx y Engels en 1848, desde las páginas de El Manifiesto.
Pero no, los comunistas lo que “…aspiramos [es] a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal”.

“Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida (…) A lo que aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante aconseja que viva”.

“¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa”. Abolir esa libertad de explotar al ser humano y de apropiarse de su trabajo en forma de ganancia. “Pues sí, a eso es a lo que aspiramos”.

“El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno”.

3.- BURGUESÍA, PROLETARIADO Y NUEVA SOCIEDAD
La clase de los burgueses, al aniquilar la hegemonía del sistema feudal, se hicieron dueños de los principales medios de producción: de las fábricas que surgían, de las máquinas que se inventaban, de los medios de transporte, de la tierra y del sustancial capital acumulado.

“La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado”.

“Dondequiera que se instauró (…) no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas (…) Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar”.

En el capitalismo todo lo que pueda convertirse en dinero es convertido en mercancía. Hasta las actividades más nobles y sus ejecutantes se convierten en mercancía: el deporte y los deportistas, la música y los músicos, la medicina y los médicos, la educación y los maestros, y hasta la religión y los sacerdotes, se convierte en mercancía.

“La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia”.

“La burguesía desgarró [hasta] los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares”.

La burguesía se convirtió en clase dominante, en lo económico, en lo cultural y en lo político.

Al cambiar el dominio de clase, cambia el carácter y la forma del Estado. Se crea el Estado representativo para defender los intereses de la burguesía como clase hegemónica. En consecuencia, “…el Poder Público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de Administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”.

Pero con todo ese Poder, la burguesía crea y desarrolla a su contrario: el proletariado; sin el cual no puede existir como burguesía y por el cual dejará de existir.

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado”.

El Manifiesto plantea que “de todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado”, porque es la que más sufre la dominación y la explotación del capitalismo.

“El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase”.

El proletariado es la clase antagónica fundamental y decididamente revolucionaria frente a la burguesía.

“Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar”.

Ahora bien, al emanciparse a sí mismo de la dominación de la burguesía, el proletariado libera también a todos los grupos, clases y sectores oprimidos de la sociedad, y libera a la sociedad humana como un todo de la barbarie del modo capitalista de existir.

Porque “la sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad”.

Ya importantes experiencias revolucionarias han confirmado en parte esta profecía social contenida en El Manifiesto del Partido Comunista. El devenir histórico de poco más de un siglo y medio ha mostrado episodios de ese “mundo entero que ganar”.

El proletariado y el campesinado pobre han demostrado que sí es posible derrocar a las clases gobernantes, que sí es posible desplazar del Poder a la burguesía y a los terratenientes, aunque no siempre definitivamente.

Algunas experiencias resistieron dos meses, como la Comuna de París de 1871. Otras se mantuvieron décadas o pocos años, hasta que resultaron derrotadas. Otras todavía se mantienen y también insurgen nuevas experiencias revolucionarias contra el sistema capitalista; algunas muy peculiares y en proceso, como la Revolución Bolivariana en Venezuela.

De las grandes experiencias históricas que desplazaron a la burguesía y a los terratenientes del Poder es innegable el papel determinante de la Revolución Socialista Rusa de 1917, que durante 70 años contribuyó -aún con sus deficiencias- a la emancipación del proletariado y el campesinado pobre.

También es preciso destacar el impacto mundial de la Revolución China de 1949 y la victoria de la Revolución Cubana de 1959 en el continente americano.

El proletariado, con sus aliados, derrocará definitivamente a la burguesía y echará las bases de su poder, para construir la Nueva Sociedad: la sociedad comunista, la sociedad de la igualdad, del trabajo de todos, sin explotados ni explotadores. Esa es la perspectiva.


¿Cómo se construirá esa Nueva Sociedad?

No será obra de un milagro o por arte de magia. Será un proceso de construcción y de transiciones, de superación del capitalismo rumbo al socialismo y del socialismo avanzar al comunismo.

Si el imperialismo es la fase superior del capitalismo, el comunismo es la fase superior del socialismo.

El Manifiesto señala que “El objetivo inmediato de los comunistas es (…): formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder”.

Y destaca que la democracia sólo es posible con el proletariado en el Poder: “…el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia”.

Esa democracia -decimos- debe ser entendida como democracia para las mayorías, que es la única democracia posible; es decir, la conquista de la Democracia Revolucionaria, la Democracia Socialista. Es evidente que una democracia así, verdadera, será una dictadura para la burguesía. Y la burguesía nunca aceptará esa democracia y luchará por todos los medios y en todo momento para no perecer como clase dominante.

Para enfrentar con éxito esa realidad irreconciliable, “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas”.

“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político (…) Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”.

Finalmente, El Manifiesto no es un catecismo del determinismo económico, como algunos desde la izquierda y la derecha reprochan a los comunistas. Ese pequeño folleto universal del siglo XIX que ha trascendido al siglo XX y al siglo XXI, considera en forma dialéctica el desarrollo de las condiciones materiales y espirituales de la sociedad, las condiciones objetivas y subjetivas en la construcción de la Nueva Sociedad.

“La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la producción espiritual con la material. Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante (…) a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas”.

“La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales”.

Ahora más que nunca El Manifiesto del Partido Comunista sigue siendo una obra imprescindible para el debate ideológico y para la acción revolucionaria creadora en el complejo siglo XXI.

Ahora más que nunca ¡El Socialismo sigue siendo la esperanza de los pueblos!

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