Alejandro Ruiz
Había una vez… Un rey que mandó a callar a un gobernante de un país que “por la gracia divina de Dios” fue colonia de su reinado por 323 años, hasta que dejó de serlo en una batalla de cañones, lanzas y espadas.
--¿Cómo se atreve este insolente a reclamar algo a nuestro reinado? -pensó el monarca.
Y moviendo su blanca mano izquierda de sangre azul, lanzó su infalible conjuro para dejar sin habla al zambo atrevido, de sangre roja, como el común. Pero, ante la sorpresa de todos, no funcionó.
--¡Haz algo, di algo ya! -espetó a su paje de turno que le acompañaba.
Como impulsado por un resorte, el paje socialista saltó al debate para defender el honor y los negocios del reino:
--¡Exigimos respeto a nuestros fascistas y a nuestras empresas expoliadoras! -exclamó el paje, con un incomprensible acento neoliberal.
La tristeza embargó al rey al ver que la insolencia continuaba. Desconcertado, con la cara enrojecida de rabia, se retiró de esa reunión con los ex súbditos, cuando un indio centroamericano tuvo la osadía de llamar incompetente y explotadora a una empresa privada del reino.
--Usted, Su Majestad, -dijo el indio de Nicarahua- ¿recuerda?, me llamó desde China para interceder por esa empresa.
Había sido demasiado bochorno para un rey. Mientras se alejaba, murmuró con nostalgia imperial:
--Nada es igual que antes, ¿qué se han creído estas gentes? Se olvidan que si tienen alma es porque los Señores Reyes nuestros gloriosos progenitores así se lo reconocieron.
Cansado de tanto esfuerzo se retiró a sus aposentos, y a solas comenzó a recordar parte de su real vida, mientras miraba los proyectos de autopistas.
Hasta aquí esta versión, que no es un cuento de hadas. Luego veremos otras historias.-
Publicado originalmente en el blog el 21-11-2007
domingo, 23 de marzo de 2008
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